Ni siquiera sé quién eres, Sara Pérez
Martín, no sé la calidad de tu libro sobre la Caldera de Taburiente.
Posiblemente ni leyéndolo tendría conocimientos para calificarlo, la poesía se
me resiste, no sabría distinguir lo bueno de lo mediocre.
Me detengo y reparo en que vas a tener
unos versos para tu abuelo, eso es afecto, sentimiento, fidelidad a la memoria
ancestral, esfuerzo para hacer vivir a los que ya no están.
Y ello te honra, posiblemente sea la parte
más digna del acto de entrega de los llamados “Premios Caldera” el próximo
viernes 27 de los corrientes. Las corporaciones locales son como las familias,
te podrán gustar unas más que otras, admirarás o cuestionarás a parte de esta o
de aquella, pero tienes un vínculo que debería obligarte a mantener, por lo
menos, un discreto respeto.
El problema está cuando no se tiene
sentido de la institucionalidad, sino de la frivolidad, del ansia de entregar
premios sin medir la consecuencia de los actos. Entregar un premio al
Heredamiento de las haciendas de Argual y Tazacorte en la Casa de la Cultura
“Braulio Martín” de la Ciudad de El Paso, es un acto de profanación que hace
revolverse en sus tumbas a aquellos que creyeron, defendieron y lucharon por la
titularidad municipal de las tierras y aguas de La Caldera.
Se está reconociendo la titularidad, que
ya hubo que hacerlo por imperativo legal, por perdida de pleitos, por
acatamiento de sentencia, pero, ¿a qué viene esta sumisión ahora?
Viene a decir que eran falsas las pruebas
aportadas por el ayuntamiento, que eran invenciones y fantasías sin fundamento
los estudios e indagaciones históricas realizadas por profesionales y expertos,
y lo viene a decir la propia institución, el propio ayuntamiento, en otro
momento del espacio y del tiempo, sin perspectiva, sin mirar alrededor, sin el
afecto y el sentimiento que tú, Sara Pérez, sentiste y sientes por tu abuelo.
Cuando el municipio para algunos empieza
en 2015, y no en 1837, cuando no se echa mano de los archivos y de los recursos
que te brinda la institución, puede suceder, como creo que sucede, que un acto
protocolario se te convierte en un esperpento.