Tres años y tres meses después de que un
vehículo imprimiera sus huellas sobre la lava aún caliente del volcán
Tajogaite, un grupo de expertos, políticos y curiosos se congregan solemnemente
alrededor de las marcas de neumáticos. Las califican de "únicas en el
mundo", las bautizan como el "primer tecno-fósil" y,
con la solemnidad de quien descubre un códice medieval, trasladan los
fragmentos lávicos a un lugar "seguro". La escena, entre
cómica y surrealista, plantea una pregunta incómoda: ¿estamos ante un hallazgo
científico relevante o ante un ejercicio de narcisismo institucional disfrazado
de patrimonio?
Tecno-fósil: un concepto
malinterpretado
El término tecno-fósil, acuñado en el
marco del Antropoceno, designa aquellos vestigios materiales que, en un futuro
lejano, testimoniarán la relación destructiva (o constructiva) del ser humano
con el planeta: plásticos sedimentados, estructuras urbanas fosilizadas o
incluso residuos nucleares. No es, desde luego, la huella efímera de un
neumático sobre lava fresca, un fenómeno tan mundano como predecible en
cualquier erupción cercana a zonas habitadas.
Lo ocurrido en La Palma no es arqueología,
sino arqueología performativa: el afán por convertir lo banal en histórico para
satisfacer agendas turísticas o políticas. Si estas huellas son un "tecno-fósil",
entonces cada neumático hundido en el barro de una obra es una reliquia, y cada
grafiti en una pared, un fresco renacentista.
¿Artefacto involuntario o
necesidad de protagonismo?
Más sensato sería enmarcar el hallazgo
como arqueología contemporánea: un registro casual de la interacción humana con
un desastre natural. Incluso, con humor, como Land Art accidental: la lava como
lienzo, el conductor como artista inconsciente. Pero elevarlo a "primicia
mundial" revela una tendencia preocupante: la espectacularización de
la ciencia, donde el impacto mediático prima sobre el rigor.
No sorprende la presencia de cargos
públicos en el "descubrimiento". El turismo de desastre es un
negocio, y La Palma lo sabe. Pero convendría diferenciar entre la preservación
legítima de la memoria volcánica y la frivolización de lo trivial. Mientras, en
Islandia o Hawái, las huellas de vehículos en lava son documentadas sin
aspavientos, en España necesitamos un corte de cinta y un titular
grandilocuente.
Conclusión: cuando la ciencia
se rinde al postureo
La erupción del Tajogaite dejó cicatrices
profundas en La Palma, tanto geológicas como sociales. Su estudio merece
seriedad, no circo. Las huellas del neumático son una curiosidad, sí, pero
convertirlas en reliquia es un síntoma de nuestra era: la obsesión por
mitificar lo ordinario mientras lo auténticamente relevante —la gestión
posdesastre, el seguimiento científico— queda eclipsado por el show.
Quizá el verdadero "tecno-fósil"
no esté en la lava, sino en las fotos de los funcionarios posando junto a las
rocas: un vestigio perfecto de nuestra vanidad colectiva.
¿No sería más útil invertir esos
recursos en investigar los efectos reales de la erupción? O, al menos, llamar a
un vulcanólogo antes que a un concejal de turismo.